Ante el besapié del Rescate el primer viernes de marzo

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Cada año, cuando llega el primer viernes de marzo, muchedumbre de gente de todas las clases sociales visita al Señor del Rescate o Medinaceli y besa reverente su sagrado pie. Teniendo en cuenta que este beso es simbólico y manifestación de amor, prenda de amistad y confianza, así como deseo de encuentro y reconciliación, debe perpetuarse.

Su origen se remonta a los años inmediatos al rescate de 1682. Al poco tiempo de ser puesta la Sagrada Imagen a la veneración de los fieles, en la Iglesia Trinitaria de Madrid, se centró la ceremonia del besapié en los viernes de cada Cuaresma y de modo más preferente en el primer viernes de marzo, según el testimonio del P. Eusebio del Santísimo Sacramento, redentor de cautivos, coetáneo de los que la rescataron del poder de los moros, escritor ascético y autor del primer devocionario en su honor (Crónica Trinitaria).

Esta tradición ha llegado hasta nosotros de manos de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús del Rescate y María Santísima de Gracia. Desde un entrañable rincón malagueño, la capilla de calle Agua, su Divina Majestad se muestra y se complace en este acercamiento del pueblo, generando bendiciones.

Ante este hecho bien recordamos aquella frase de Jesús a los emisarios del Bautista: «Id y contad las cosas que habéis visto y oído, los enfermos son curados y a los pobres se les anuncia el evangelio» (Lucas, VII-22). Y si, como aquellos, se nos pregunta «¿qué vinísteis a ver?», siendo sinceros, con toda propiedad podríamos contestar, a un Dios que sufre, a un Dios que perdona y a un Dios que salva, que de todo esto hay, con profusión, en la devoción del Rescatado y en el besapié, testimonio de adhesión de un pueblo agradecido.

Un Dios que sufre.
Poco o mucho, todos sabemos algo de sufrimiento. Tal vez, mal que nos pese, más de lo que quisiéramos aunque, no obstante esto, nos veamos precisados a reconocer que no sabemos la razón de su existencia. Despreciado y rechazado casi sistemáticamente es el gran forjador del hombre, como un instrumento, puesto por Dios a nuestro alcance, para todo lo mejor. San Juan de la Cruz, conocedor como el que más de sus caminos, escribió, «no busquéis a Cristo sin la cruz, porque es ella lo mejor de Cristo». A ello nos mueve, a poco que lo intentemos, el recuerdo de Jesús en la Pasión, como nos lo representa su sagrada Imagen Rescatada, copia fiel del Ecce Homo que presentó Pilatos al pueblo desde el pretorio (Juan, XIX-5). Fijémonos en El y aprendamos su llanto, que sigue habiendo cosas en la vida que solamente podrán ver unos ojos que hayan llorado.

Un Dios que perdona.
Nunca podremos encontrar una palabra tan abierta a la esperanza como esta, perdón. Siendo el pecado la peor esclavitud, a través del perdón nos viene siempre la mejor liberación. Tiene un amigo inseparable: el amor. Los dos juntos facilitan maravillosamente los caminos. Jesucristo lo condiciona a que perdonemos, por eso nos enseñó a pedir perdón en el Padre nuestro, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.
Jesús es el gran perdonador, nunca rechaza, no se cansa de perdonar. Vete en paz, frase suya, tus pecados quedan perdonados. O aquella otra, «¿nadie te ha condenado? Nadie, Señor. Ni yo tampoco te condeno; vete y en adelante no quieras pecar mas».

Un Dios que salva.
No hay historia tan bella como la de nuestra salvación. En ella es Dios el protagonista principal, puesto que si grande son nuestras culpas, mayor es su bondad. Prometida en el Paraíso, luego de la culpa, los siglos empezaron a esperar el cumplimiento de la misma y la llegada del Salvador.

La salvación plena y total fue lograda por Jesucristo con su Pasión y muerte, dándonos la vida en cumplimiento de la voluntad del Padre que quiere que no se pierda nadie de los que creen en el salvador.(Mateo, XVIII-25).

Esta salvación tiene vigencia actual y por los siglos, puesto que siendo los hombres pecadores, es forzoso afirmar que necesitan su liberación. El camino por el que habitualmente discurre es el de la Sagrada Liturgia, realizándose en la acción sacramental, principalmente en la Eucaristía.

Supuesto todo esto, volvamos al solemne besapié, dejándonos envolver en los ecos de esta reunión de hermanos en torno a Nuestro Padre Jesús del Rescate, que debe llevarnos al terreno firme de una caridad comprometida y comprometedora.

Padre Arturo Curiel, Trinitario

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