La dedicación del mes de mayo a la Virgen María es una tradición milenaria nacida en Europa. Mayo es el mes de las flores y su eclosión, del apogeo primaveral y el verdor de los campos tras las lluvias y fríos invernales.
Desde la Edad Media se reza a María especialmente en mayo, cuando se rinde culto a sus virtudes y bellezas como Madre de Dios. Alfonso X el Sabio fue el primero en loar en mayo a la Virgen María en sus “Cantigas a Santa María”, ensalzándola como “la Rosa de las Rosas y la Flor de las Flores”.
En Italia fue San Felipe Neri, en el siglo XVI, el iniciador del mes de mayo dedicado a María, con la costumbre de invitar a los jóvenes a cantar, llevar flores y ofrecer sacrificios a la Virgen. La universalización de esta práctica se afianzó en el siglo XIX favorecida y enriquecida con indulgencias por los sumos Pontífices Pío VII y Pío VIII.
Los cristianos, por tanto, debemos dedicar algún momento del mes de mayo a ensalzar las virtudes de la Virgen María, además de su Esperanza, su Caridad, su Mediación, su Amparo, su Remedio, su Auxilio, su Luz… y como no, su Gracia. Y caminar a través de Ella y con Ella hacia Jesucristo.
En la pequeña capilla victoriana de calle Agua aguarda excelsa María Santísima de Gracia para acoger todas las oraciones, plegarias y rezos. Ella reconfortará en un año complicado junto a Jesús del Rescate.