Orígenes de la Hermandad del Rescate

No es tarea fácil investigar el origen y la historia de las cofradías y hermandades malagueñas, máxime si nos encontramos con un material de investigación desperdigado y, en muchos casos, inexistente. Muchos han sido los «holocaustos culturales» que se han sucedido a lo largo de la historia española en general y de la malagueña en particular.

La Hermandad del Rescate no se ha visto exenta de tal circunstancia y numerosos períodos de su historia están sin aclarar por la carencia de datos encontrados. Investigar su devenir histórico durante los siglos XVIII y XIX es una tarea ardua y complicada por la escasez de documentos localizados en nuestra investigación y sólo algunos datos puntuales y referencias bibliográficas nos aportan alguna luz sobre la existencia y las actividades de la Hermandad del Rescate.

La fundación de una hermandad o cofradía se concreta cuando se logra encontrar el acta fundacional de la misma, o una autorización del ordinario del lugar dando validez a las normas que la regulan o cualquier otro documento que autoriza sus fines y objetivos, su ubicación, su vinculación, su devoción, sus componentes o cualquier otra circunstancia que inequívocamente certifique el comienzo de su actividad, convenientemente firmado y datado. Entonces podemos decir que dicha hermandad o cofradía comienza su existencia.

Pero las hermandades y cofradías no nacen de la noche a la mañana, sino que tienen un período de gestación, a veces bastante largo, que es necesario conocer para comprenderla en toda su plenitud.

Nos acercaremos en lo posible a la fecha de la fundación de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús del Rescate y trataremos de conocer los motivos y circunstancias que se produjeron para esta fundación. Para ello nos basaremos fundamentalmente en las obras de dos religiosos trinitarios, profundos conocedores de la Orden Trinitaria, Arturo Curiel Poza y Bonifacio Porres Alonso, especialmente en su obra Libertad a los cautivos del segundo autor.

La Orden Trinitaria

San Juan de Mata.

A pesar de encontrar pocos datos sobre los primeros años de la Hermandad del Rescate podemos decir sin temor a equivocarnos que ésta nace en el seno de la Orden de los Trinitarios Descalzos. Gran parte de su historia está vinculada con esta Orden, pues su iconográfica inicial, sus inicios a finales del siglo XVII y su posterior desarrollo durante el siglo XVIII y parte del XIX (hasta la exclaustración de 1835) corren paralela a los avatares por los que pasó la citada Orden.

Con la Bula Operante divine dispositiones el Papa Inocencio III aprueba la Regla de San Juan de Mata el 17 de diciembre de 1198. La finalidad de esta nueva Orden, además de poner en práctica los consejos evangélicos de obediencia, castidad y pobreza, era la realización de obras de misericordia, principalmente en la hospitalidad y el rescate de cautivos cristianos en poder de los paganos. Con este objetivo establecieron gran cantidad de hospicios y hospitales, destacando los de Argel, Túnez, Fez, Tetuán y Ceuta. Rápidamente se propagó por Francia, Cataluña, Aragón, ambas Castillas e Italia. Estos frailes fueron los que, en 1580, liberaron al inmortal autor del Quijote, Miguel de Cervantes. El primer documento que se refiere a la Orden lo hace como Orden de la Santa Trinidad, pero en 1203 aparece ya como Orden de la Santa Trinidad y Redención de Cautivos.

El cautiverio era algo común en aquellos tiempos de guerras, cruzadas, asaltos y saqueos, principalmente en las tierras fronterizas del siglo XII-XIII. La recuperación de la libertad podía realizarse de varias formas. La fuga, bien en solitario o amotinándose en grupo. Por voluntad testamentaria de los señores de dejar libres a sus siervos después de su muerte. También podía liberarse pagando en metálico o en especie su rescate estipulando el precio directamente con su señor o a través de un intermediario. A través del canje o intercambio de cautivos paganos por otros cristianos; a este respecto la Regla trinitaria permitía comprar cautivos paganos para este menester. Por último, aunque no era frecuente, hubo ocasiones en que personas se ofrecieron a cambio de la libertad de otros.

En el siglo XIII existían varios grupos que se dedicaban a la liberación de cautivos. Los exeas castellanos y aragoneses, nombrados por el rey, eran expedicionarios que comerciaban con los musulmanes, siendo también los encargados de realizar los rescates y redimir a los cautivos. Desarrollaron su actividad desde finales del siglo XII hasta el siglo XV. Los alfaqueques eran los mismos exeas a quienes Alfonso X el Sabio (en Las Siete Partidas) otorgó poderes para rescatar cautivos e incluso llevar cautivos sarracenos a sus países. También surgieron las primeras cofradías o hermandades gremiales en las localidades costeras o fronterizas para aunar esfuerzos en pro de la liberación de sus miembros o de sus familiares. En 1175 se creó la Orden de Santiago, que ponía sus bienes y personas al servicio de los cautivos. Otras órdenes parecidas fueron la Orden de Montegaudio, la Orden del Temple y la de Calatrava.

En 1218 comenzó su actividad redentora la Orden de Nuestra Señora de la Merced, creada en Barcelona por San Pedro Nolasco con la ayuda de Raimundo de Peñafort. En 1317 la Merced dejó su carácter militar y se clericalizó, comenzando a partir de entonces frecuentes disputas entre trinitarios y mercedarios, pues su objetivo era el mismo, la redención de cautivos y estas redenciones suponía el manejo de grandes sumas de dinero. En Aragón, desde 1201 los trinitarios tenían la facultad cumulativa, es decir, compartida, a recibir limosnas, negando la facultad privativa o monopolio que pretendían los mercedarios a partir de 1366. En este año lograron los mercedarios la privativa de limosnas y en 1477 lograron la privativa de redención, para más tarde conseguir arrebatar a los trinitarios el título de redentores.

En Aragón, los mercedarios tenían el apoyo de los reyes porque estos se consideraban los fundadores, protectores y patronos de la misma. Sin embargo, en Castilla, los conflictos entre ambas órdenes se equilibraron y se beneficiaron los cautivos al multiplicarse las donaciones.

Sea como fuere, la Orden de la Santa Trinidad y Redención de Cautivos tenía unas características propias que la diferenciaban del resto de las organizaciones dedicadas al rescate de cautivos, pues toda la Orden se organizaba en función de la redención de cautivos. Desde el principio, la Orden estaba ligada directamente a la Santa Sede, que la protegía y alentaba. No existe ningún elemento defensivo-armado, sino que intenta solucionar el problema de la cautividad con la acción humanitaria de la redención. Esta redención se destina a los cristianos, utilizando la redención del cuerpo para redimir la dimensión espiritual. A la redención de cautivos destina la “tertia pars” –tercera parte-de sus ingresos.

Los recursos económicos

Recibo del Real Convento de Trinitarios Calzados de una limosna de 40 reales de vellón. Convento Extramuros de Sevilla, 1850. Fuente: www.todocoleccion.net

El rescate de cautivos exigía una gran cantidad de recursos económicos que, en el caso de los trinitarios, provenía de diversas fuentes: la principal era la tercera parte de los ingresos de los conventos, además de limosnas y donativos de las cofradías.

La Regla primitiva de 1198 contemplaba “que todos los bienes, de donde lícitamente provengan, los dividan en tres partes iguales; y en la medida en que dos partes sean suficientes, se lleven a cabo con ellas obras de misericordia, junto con un moderado sustento de sí mismos y de los que por necesidad estén a su servicio. En cambio, la tercera parte se reserve para la redención de los cautivos que a causa de su fe en Cristo han sido encarcelados por los paganos: ya sea pagando un precio razonable por su rescate, ya por el rescate de cautivos paganos, para que después, mediante un canje razonable y de buena fe, sea rescatado el cristiano del pagano, según los méritos y el estado de las personas”. Antes de hacer esta tripartición se debían deducir los gastos (sementera, cultivo, transporte, salarios, conservación de edificios…), por lo que en muchos casos se quedaba en la sexta parte de los ingresos. Esta reducción se compensaba con los testamentos, legados y limosnas que se destinaban por entero a la redención, aunque a veces los bienhechores dictaban su voluntad de destinarlo a otros menesteres.

Más adelante se sustituyó esta tercera parte por unas tasas fijas en función de los productos y hacienda de cada convento, siendo algunas provincias eximidas de tal obligación por mandato papal, sobre todo por la penuria económica por la que atravesaban dichos conventos durante el siglo XVI en Castilla y Aragón.

Las limosnas eran otra fuente principal de ingreso. Desde el principio, los trinitarios rendían cuentas de las limosnas recibidas en sus viajes para su sustento y para los cautivos, aunque se encontraban con dos dificultades al respecto. Por un lado, había falsos trinitarios que se beneficiaban del hábito trinitario, por lo que fueron ampliamente perseguidos. Por otro lado, las trabas que se encontraban en las colectas. A veces, los propios clérigos lugareños exigían parte de las limosnas y ponían impedimentos a los herederos y albaceas para que legasen los testamentos a la redención de cautivos. También, las órdenes militares del Hospital de San Juan de Jerusalén, de Santiago de la Espada, Calatrava y Alcántara impedían predicar las indulgencias y perdones, ni pedir limosna, sin previa licencia escrita, exigiendo también cierta cantidad de dinero. Por este motivo era frecuente que los trinitarios pidieran la intercesión papal y de los ordinarios del lugar para la colecta.

Al ser la petición de limosnas muy absorbente y que requería mucha dedicación, el ministro de cada convento elegía procuradores para que ellos se encargaran de las colectas, nombrando a veces personas ajenas al convento y a la Orden.

En la mayoría de las ocasiones no se llevaba el control exacto de las limosnas menudas, sólo de las sumas importantes que requerían la presencia del notario para garantizar su cumplimiento.

Además de las limosnas o legados de una sola vez, la economía de la redención se nutría también de las rentas fijas y el alquiler de inmuebles. Entre las primeras tenemos los juros o pensiones perpetuas sobre las rentas fijas, y los censos o pensiones anuales sobre algún inmueble. También hay que mencionar las fundaciones o patronatos a favor de los cautivos, como es el caso del Patronato fundado por Luis Pareja Obregón en favor del convento trinitario de Antequera.

Durante los siglos XV al XVIII los trinitarios nombraban síndicos para la recolección de limosnas. Este nombramiento era muy estimado porque iba acompañado de gracias y exenciones de tributos. En 1650 en el Capítulo general celebrado en Socuéllamos, se determinó el nombramiento de síndicos para recoger limosnas de los testamentos y previniesen los mostrencos; además se daba carta de hermandad a los fieles haciéndoles partícipes de los bienes espirituales de la Orden. Los síndicos debían hospedar gratis en sus casas a los religiosos de la Orden; cobrar las mandas pías y bienes testados a los cautivos; la quinta parte de los bienes de los muertos; los bienes de los muertos sin parentela; los algaribos o naufragios, que eran los bienes hallados en ríos o mares sin dueño; los mostrencos o ganados sin dueño; recoger el cepo de la iglesia; pedir limosna los domingos y festivos diciendo “Den limosna por amor a la Santísima Trinidad redención de cautivos”. Todo debían anotarlo en un libro para dar cuenta al religioso encargado o al convento más próximo.

Durante los siglos XVII y XVIII cada provincia nombraba “dos, tres o cuatro religiosos procuradores de la redención, al arbitrio del provincial, quien les designará los términos para pedir y recoger dichas limosnas”. El recorrido de cada procurador se hacía anualmente y recogían las limosnas que cada ciudad, villa o municipio entregaban para la redención. Recogía el cepillo de las iglesias y los jueves y viernes santo y el día de la Santísima Trinidad hacían una colecta especial.

Las cofradías y la Orden Trinitaria

Mercado de cautivos cristianos en Argel, 1684. Jan Luyken, Museo de Historia de Amsterdam.

La ayuda que suministraban las cofradías era otra fuente de ingreso considerable para la obtención de recursos económicos, pues la tercera parte de los bienes propios y las limosnas eran insuficientes para atender sus necesidades de redención y atención hospitalaria. Por eso, desde el principio el propio San Juan de Mata buscó el apoyo de las cofradías. En la Regla de 1198 se manda al ministro local hacer alguna instrucción a los religiosos, a los familiares del convento y a los empleados; con ello se aceptaban donativos y se daba el privilegio de ser enterrados en los cementerios conventuales a quienes lo desearan. También desde el principio se exhortaba a los feligreses a hermanarse con el clero trinitario y enviar anualmente un sueldo.

Tanto obispos como papas divulgaron y fomentaron la obra de la Orden Trinitaria a través de sus cartas y encíclicas, en las cuales alentaban a los cristianos a realizar aportaciones con el fin de ayudar a los más desfavorecidos a través de los trinitarios para conseguir gracias divinas. Inocencio IV promulgó una Bula el 9 de agosto de 1245 en el que reconocía expresamente el trabajo de los “fratres Ordinis Sancte Trinitatis et Captivorum” y a los que se les concede la remisión de la séptima parte de la penitencia que les fuese impuesta y no se les negare la sepultura en convento trinitario.

Indulgencias trinitarias, 13 de abril de 1788.

El 14 de julio de 1486 Inocencio VIII daba la posibilidad de elegir confesor e indulgencia plenaria “y todos los demás indultos y privilegios concedidos a la Orden, a sus cofradías y cofrades por nuestros predecesores y confirmados por Nos”. El mismo Papa indicó que los cofrades de España y sus dominios dieran real y medio a su ingreso y ninguna cuota más. Clemente VI ordenó en 1343 que cada cofrade tuviese una cédula de inscripción “scriptum dicte confraternitatis”, con espacio para la fecha y su nombre, donde se recogiesen las indulgencias y los privilegios para quienes se inscribían en la cofradía[1]. La aparición de la imprenta en 1450 mejoró su difusión y la propaganda de sus fines.

El distintivo externo del cofrade era el escapulario blanco con cruz roja y azul, de lana al principio o de lino más tarde. Un domingo al mes se organizaban procesiones por las cercanías del convento y de la sede de la hermandad para recaudar fondos y recordar las desgracias de los cautivos y desfavorecidos, otorgando indulgencias totales o parciales a sus participantes.

Durante los siglos XIII, XIV y XV todas las disposiciones eran generales, destinadas a todas las cofradías, pues eran los mismos sus intereses y privilegios iguales, pero poco a poco fueron surgiendo cofradías que adoptaban las peculiaridades de su región y se adaptaban a las necesidades de sus conventos.

Estas cofradías se denominaban tradicionalmente de la Santísima Trinidad y a partir de 1620 algunas añadieron y de la Virgen de Remedio. Clemente VIII, en 1604, reglamentó sus fundaciones, las indulgencias, la elección del confesor… Tras la petición de cuatro o seis personas del lugar, y con la autorización del Ordinario diocesano y el consentimiento de la Orden, sólo podía erigirse una cofradía por villa o ciudad. Se eliminó la cuota de ingreso y se añadieron indultos e indulgencias sólo para las prácticas espirituales, dejando libertad para establecer la contribución material, sólo con la condición de darla a un superior trinitario.

Reforma de la Orden y fundación en Málaga

Después del Concilio de Trento (1545-1563) se produjo la reforma de la Orden Trinitaria llevada a cabo por San Juan Bautista de la Concepción en virtud de un breve Pontificio que le concedió Clemente VIII el 20 de agosto de 1599. A partir de 1625, en que realizaron su primera redención, se dedicaron en cuerpo y alma a rescatar cautivos en poder de los moriscos.

Bula del Papa Urbano VIII.

Ayudados por Francisco Gómez de Sandoval, Duque de Lerma, Primer Ministro del Rey Felipe III, la Orden de los Trinitarios Descalzos se extendió rápidamente por varias ciudades españolas, principalmente andaluzas. El 15 de junio de 1633 una Bula del Papa Urbano VIII autoriza al Procurador General Fr. Juan de la Anunciación «poder fundar casas regulares de la misma Orden, una en Villarrobledo, diócesis de Toledo, otra en San Clemente, Diócesis de Cuenca, otra en la Ciudad de Málaga y otra en Antequera, Diócesis de Málaga, aunque no se tenga consentimiento para ello de las otras Casas Regulares de las citadas poblaciones… concedemos licencia y facultad a los mismos hermanos en cuanto que puedan fundar libre y lícitamente las que dichas casas regulares con sus iglesias, campanarios, campanas, dormitorios, huertos, granjas (?) y demás cosas necesarias y oportunas para perpetuo uso y vivienda de un Ministro y doce Hermanos de la misma Orden en cada una de las casas«. 

El hecho de que pudieran fundar “aunque no se tenga consentimiento para ello de las otras Casas Regulares de las citadas población” traería no pocos problemas. No obstante, los Trinitarios tenían muy claras sus intenciones y no cejaron en su empeño. Si en Antequera ya encontraron la oposición de las demás órdenes religiosas allí asentadas, en la fundación del Convento de Málaga los propios Padres Trinitarios no podían imaginar la tardanza, la cantidad de problemas, las trabas y las apelaciones que su asentamiento produciría.

Fray Pedro de la Ascensión, Provincial de la Orden, se presentó en Málaga en 1654 dispuesto a realizar la fundación del convento con los documentos pertinentes, pero al prelado Gaspar de la Cueva dilata la autorización presionado por las demás órdenes religiosas establecidas ya en Málaga, argumentando que era demasiada carga para sus feligreses sustentar otro convento con sus limosnas. Por contra, los religiosos descalzos alegaban «lo primero…, que echada una línea desde la puerta de Antequera siguiendo por la Plaza hasta la Iglesia Catedral, quedaba la mayor parte de la ciudad que mira hacia la Mar, sin haber más Templo, que la Parroquia del Señor San Juan. Y como en una Ciudad donde se frecuentan tanto los Sacramentos, era notable falta, el que donde estaba lo principal del Comercio, estuviesen retirados los operarios para asistirles así en salud como en enfermedad, en que han sido incansables, nuestros Religiosos. Lo segundo, porque siendo nuestro celestial instituto como sabe el mundo, el redimir los pobres Cautivos Cristianos que padecen debajo de la injusta tiranía, y opresión de los moros… Siendo mi Sagrada Familia la primera sobre cuyos hombros hizo la Majestad Divina una obra tan de su agrado. Deseaban pues, los Religiosos el tener Casa en esta Ciudad que estando casi a las puertas de Ceuta, con más facilidad, y menos acto, pudieran los Padres Redentores asistir a los pobres Cautivos, y éstos tendrían pronto el socorro en los Hospitales que tiene la Religión en el África«[2].

A la muerte de Gaspar de la Cueva, el Previsor y Vicario General en sede vacante, Diego de Castro y Bermúdez, autorizó el asentamiento de los Trinitarios. No contentos con esta resolución, las demás órdenes religiosas apelaron al Tribunal Metropolitano, quien ratificó la conveniencia de fundar el Convento Trinitario, y todo ello con el respaldo del Tribunal del Nuncio[3].

De esta forma los Trinitarios Descalzos lograron posesionarse de su Iglesia de forma provisional, tomando como titular el Misterio de la Purísima Concepción. Así, el 8 de diciembre de 1654 se instaló la iglesia provisional en las casas de Agustín de Uceda, antiguo Consulado del Mar, situada en la calle Liborio García o Almacenes. Este edificio tenía su entrada por la calle Mesón de Vélez, donde antes se encontraba el Banco Central, después una tienda de la empresa C&A y actualmente Zara, “y formando una rinconada volvían sus muros, haciendo una curva, por la calle de Casas Quemadas, de la que ocupaba otro gran trecho”[4].

Aunque los intentos de las demás órdenes religiosas por demorar la construcción prosiguieron, el Cardenal Diego Martínez de Zarzosa autoriza definitivamente la construcción del convento, que los Trinitarios Descalzos pondrían bajo la advocación de Nuestra Señora de Gracia, y que el pueblo llamaría «El Conventico«.

La redención de 1682

Localización de Mámora.

La situación geográfica de Málaga aseguraba a los Trinitarios Descalzos una magnífica base de operaciones para realizar sus actuaciones en el continente africano. Fueron muchísimas las redenciones de cautivos que llevaron a cabo los Trinitarios Descalzos, pero la decimocuarta realizada en 1682, fue de suma importancia para la Orden Trinitaria y, por añadidura, para la Hermandad del Rescate, fundamentalmente por dos razones. Por un lado, por la gran cantidad de cautivos liberados y, por otro lado, porque pudieron ponerse a buen recaudo numerosas imágenes, destacando de entre ellas la de Nuestro Padre Jesús Nazareno, denominada desde entonces Rescatado, y que desde este momento sería la identificación principal de toda la familia Trinitaria.

Durante el reinado de Felipe III (1578-1621) se continúa la política expansionista de conquistar determinadas plazas del norte de África para evitar los ataques de los berberiscos a las costas españolas. En 1610 se conquista Larache y en 1614 el fuerte de Mehdia o Mámora, denominada más tarde San Miguel de Ultramar. Esta plaza, situada cerca de Salé y a un centenar de kilómetros de Larache, perteneció al reino de España desde 1614 a 1681. En 1645 el obispo de Cádiz, Fr. Francisco Guerra, nombraba a los Padres Capuchinos capellanes de esta ciudad.

Los frailes capuchinos levantaron una nueva iglesia, desaparecida años antes en un incendio, y trasladaron desde Sevilla la imagen de un nazareno para que recibiera culto de las tropas allí asentadas. Esta imagen, según los expertos, pudo ser de Juan de Mesa o de alguno de sus discípulos, aunque otros apuntan a la escuela sevillana cercana a Luis de la Peña o Francisco de Ocampo.

Cristo de Medinaceli arrastrado por las calles de Mequinez. Lienzo atribuido a Valdés Leal. Colección de la Casa Ducal de Medinaceli.

El 30 de abril de 1681 el rey Muley Ismail asedió y venció la ciudad con un poderoso ejército, trasladando los prisioneros, el botín y las imágenes religiosas a la ciudad de Mequínez, las cuales fueron objetos de burlas, ultrajes, desprecios y mutilaciones. “Habiéndose apoderado los moros de las santas imágenes, hicieron con  ellas muchos ultrajes y escarnios, y llevándolas como despojos de su triunfo a la ciudad de Méquinez, las pusieron ante su Rey Muley Ismael. Este las mandó arrastrar por las calles, en odio a la religión cristiana, y después de que las echasen a los leones, como si fueran de carne humana, para que fuesen despedazadas”[5].

Se encontraba por esas tierras el trinitario descalzo Fr. Pedro de los Ángeles, quien convino con el rey moro el canje de las imágenes por dinero. No sin dificultades el rey accedió y de inmediato se trasladó la noticia al General de la Orden que dispuso el inmediato rescate de las imágenes. Miguel de Jesús y María, Juan de la Visitación y Martín de la Resurrección fueron los trinitarios encargados de realizar esta redención, trasladándose a Mequínez para recoger las imágenes.

En esta redención, realizada muy probablemente el 28 de enero de 1682, fueron rescatados 211 cautivos y 17 imágenes. De entre estas imágenes se encontraba «una hechura de Jesús Nazareno, de natural estatura, muy hermosa, con las manos cruzadas delante, – con su tunicela de tafetán morado -, y una Imagen de Nuestra Señora, que fue fundadora de la cristiandad en Mámora, que hoy se intitula la del Rosario, aunque antiguamente se intitulaba Nuestra Señora de Gracia; tiene el Niño Jesús en los brazos; su altura de una vara,-de talla y estofada, con su peana y manto de tela-[6].

Rescate de la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno por los Padres Trinitarios. Año 1682. Madrid, Iglesia de Jesús. Autor desconocido, Siglo XVII.

Después de la recuperación, los trinitarios llevaron todas las imágenes a su convento de Madrid. A su paso por Ceuta, Gibraltar y Sevilla no perdieron oportunidad de airear los muchos prodigios y milagros que concede la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Y a mediados del mes de agosto de 1682 llegaron los redentores a su convento madrileño, donde se dispusieron solemnes fiestas para su desagravio, con misas, sermones, músicas y procesiones.

Terminados los actos, las imágenes se repartieron entre la familia real y los más influyentes de la Corte. La imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Rescatado se quedó en el convento de la capital, siendo mucha la devoción que recibía. Los Duques de Medinaceli, Juan Francisco de la Cerda y Catalina de Aragón y Sandoval, también Duques de Lerma, concedieron limosna el 2 de octubre de 1686 al Convento Trinitario y a petición suya «un sitio de 44 pies de longitud y 12 pies de latitud, para hacer y labrar en dicho sitio una capilla de la milagrosa Imagen de Jesús Nazareno del Rescate, aplicando dicha capilla al patronato de sus Excelencias”. La fuerza de su devoción consiguió hacia 1723 que el pueblo madrileño dejara de referirse al Convento de la Encarnación para bautizarlo con el nombre de Convento de Jesús Nazareno.

El entusiasmo devocional de los trinitarios hacia la imagen rescatada se consolidó rápidamente en la capital del reino y se extendió a todos sus asentamientos. “Era corto espacio para su culto el pueblo de Madrid; así es que en breve se extendió a todos los dominios de España, esparciéndose luego por Alemania, Italia, Hungría, Polonia y hasta las Indias occidentales, por medio de copias de esculturas, cuadros, estampas y medallas”[7].

J.M.L.J., 2015

NOTAS:

[1] PORRES ALONSO, B., Libertad a los cautivos, Secretariado Trinitario, Córdoba-Salamanca, 1997, T. I, pág. 136.

[2] PURIFICACIÓN, Fr. L., Octavario Sacro de las Solemnes y Suntuosas fiestas que los RR.PP. Trinitarios Descalzos Redentores de Cautivos, celebraron en la Traslación del Ssmo. Sacramento a su nueva Iglesia, dedicada a la Beatísima Trinidad, cuya patrona y abogada es MARIA SS. DE GRACIA. Demostraciones festivas de esta nobilíssima ciudad de Málaga. Panegíricas Oraciones, sagrados y sutiles Poemas, Imprenta de Juan Vázquez Piédrola, Málaga, 1716.

[3] GARCIA DE LA LEÑA, C.: Conversaciones Históricas Malagueñas, reedición Caja de Ahorros de Ronda, T. IV, pág. 156.

[4] BEJARANO ROBLES, F.: Las Calles de Málaga. De su historia y Ambiente, Arguval, Málaga 1984, Tomo II, pág. 541.

[5] FERNÁNDEZ VILLA, D., Historia del Cristo de Medinaceli, Everest, 2000.

[6] PORRES ALONSO, B., Jesús Nazareno Rescatado en su tercer centenario (1682-1982), Imprenta San Pablo, Córdoba, 1982.

[7] EUSEBIO DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO, Novena de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Madrid, 1705. Citado por PORRES ALONSO, B., Jesús Nazareno Rescatado en su tercer centenario (1682-1982), Imprenta San Pablo, Córdoba, 1982.